Invoque tu figura cuando los coágulos
del desconcierto visitaban mi noche
en su penumbra tejida de pesares y murmullos.
Adivine el contorno de tus pechos
que se ofrecían vestidos de oscuridad y sin orgullo.
Vi la aproximación del imaginado pubis.
Sentí el vértigo que sentí cuando divise
aquella sorprendida mujer desnuda.
Como entonces quise huir.
Pero me habías tomado dispuesta a no soltarme.
Yo tan igual a los otros hombres
y siendo quien te había invocado.
Como el niño de Sor Juana
Ines de la Cruz que pone el cuco
para después tenerlo miedo.
Así me vi.
Empantanado de besos,
manchadas las sabanas,
extenuado el cuero
te bebí y me bebiste.
Desde esa puntual y visceral noche
no he tenido un instante de sosiego.
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